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"Sheinbaum y el Madurismo: ¿Un nuevo rumbo para la política mexicana?" | Opinión | EL PAÍS México

El 8 de diciembre de 2012, un Hugo Chávez consciente de la seriedad del cáncer que lo afectaba, apareció en televisión para dirigirse al pueblo venezolano. Sin perder su inconfundible sentido del humor, y ante la proximidad de las elecciones presidenciales, el comandante tenía un crucial mensaje sobre su sucesión.

En el peor escenario, tanto para sustituirle de manera interina como en un nuevo proceso electoral, pidió a sus colaboradores y a sus millones de simpatizantes, que eligieran a Nicolás Maduro, vicepresidente en ese momento, como presidente de la República Bolivariana de Venezuela.

La periodista Catalina Lobo-Guerrero apunta al respecto en su libro “Los restos de la Revolución” (Aguilar, 2021): “Ante la designación a dedo, todas las miradas se volcaron sobre el sucesor. Las más generosas: el compañero Nicolás era de talante conciliador, buen político, muy amable. Era amante del rock de los Beatles, de un buen vino y fumar habanos. Incluso, era un buen lector. Las más desconfiadas: el tipo era un incapaz, un títere de los Castro, de los militares o de su pareja: la abogada ambiciosa, exdiputada y procuradora general de la República Cilia Flores. Era un ignorante, un mediocre, un vago y un corrupto mala clase, con bigote de dictador. Más allá de lo bien o mal que podía caer, todo el país se hacía la misma pregunta: sin Chávez, ¿qué haría Nicolás Maduro”.